Horacio Quiroga
Nacimiento Defunción | 1878 1934 |
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Estado actual | Muerto |
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Lugar de residencia | En alguna selva argentina |
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Sobrenombres |
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Se dedica a | Redacción de fábulas de thriller |
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Origen | Salto |
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Hazañas logradas | Abastecer con cuentos a las primarias latinoamericanas |
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Relaciones | José Rodó, indígenas de Misiones |
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Enemigos | Los indígenas de Misiones (otros), sus propias bolas |
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Obras | Cuentos de Amor, locura y de muerte, Cuentos de la selva |
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Poderes | Evasión del cáncer por suicidio. |
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Horacio Silvestre Quiroga, fue un conocido escritor y mentiroso uruguayo que, con estos últimos dos títulos, adquirió el de cuentista, abarcando temáticas desde fábulas infantiles hasta crímenes de novelas colombianas. A pesar de ser uruguayo de nacimiento, Quiroga decidió pasarse la madre patria por el arco del puente de Gualeguaychú, y optó por vivir casi toda su vida en Argentina, enamorándose de sus selvas del norte, donde escribió grandes historias y fábulas gracias a ese sentimiento y a las picaduras de mosquitos y flechas de indio venenosas del lugar.
Biografía
Primeros años
Galeano surgió en Salto, no en Salta ni Saltillo, allá en los rincones abandonados del oriente zurdo uruguayo (por no decir occidente, ya que Uruguay es todo oriental). Desde chico gracias al esfuerzo capitalista de sus padres, gozó de estabilidad económica, lo cual le premitió mofarse de los pobres, vagabundos y brasileños posteriormente en sus obras. A temprana edad comenzó a adquirir interés por la literatura, principalmente en un inicio por los periódicos, ya que las letras y las malas noticias le producían a Quiroga una especie de sosiego. En su adolescencia se va a Montevideo, dejando a su pueblo de mierda para buscar concretar sus estudios y conseguir un poco de ocio y mujeres; aquí, Horacio comenzó a escribir poemas y artículos tanto como para su propio disfrute como para periódicos pequeños, con esto inició su profesión y fama de escritor, así como también fama de chismoso por algunos.
Entre su afición y su oficio, Horacio se dio tiempo de hacer amistades, entre estas estaba La Muerte, con la que desarrolló para toda su vida una relación de amor-odio-esquizofrenia, empezando con el suicidio de su padrastro, que más que dejarle a Horacio un trauma de por vida, parecio haberle propiciado un gusto por el suicidio y las herencias que dejan los sujetos que lo cometen.
Profesionalismo y el club de los 900
En plenos albores del siglo XX, Horacio a corta edad había iniciado a consumarse como conocido escritor, lo que lo incitó a probar suerte en París, donde arribó montado en la cumbre burguesa terminó regresando a Montevideo con un jarro a medio llenar de centavos de francos y con una barba de 30 centímetros. Tras el fracaso económico, profesional y posiblemente amoroso, Quiroga decide no bajar los brazos después de tomar antidepresivos por un año, y se embarca a Buenos Aires, donde el cruzar el Río de la Plata le provocó cierta melancolía a la patria y le hinchó los huevos a sus compatriotas.
Horacio no encontró la libertad de redactar y escribir desde un inicio en Buenos Aires, teniendo que resignarse a ser maestro en colegios nacionales y católicos por un tiempo a pesar de su fanatismo ferviente por Poe y Nietzsche y todas las blasfemias que escribían estos a diestra y siniestra. A pesar de su condición laboral de mierda, se le inició a reconocer tanto en Uruguay como en Argentina en su calidad de escritor, esto, principalmente por su ya conocida idolatría por el nihilista alemán más famoso, que compartía con algunos amigos y escritores conocidos, que los llevó a escribir y crear textos, en su mayoría, originales sobre este hombre y su Gaya Ciencia. En base a algunos de esos trabajos, se le colocaría inicialmente entre la generación literaria uruguaya más importante del siglo XIX y XX, probablemente la única de toda la historia nacional
Cuentos y quilombo de la selva
Después de su reconocimiento general por el cono sur, a Horacio le vino el respeto con el tiempo, pero siguió sin consumar su felicidad, ya que su suerte parecía haberse quedado en Montevideo o en el cadáver de su padrastro, esto por una serie de infortunios que desenlazaron en el asesinato accidental de su amigo Federico Ferrando, sucediendo cuando este último, llegó con un nivel alto de indignación y encabronamiento debido al fracaso rotundo de sus obras periodísticas y la posterior crítica destructiva que recibió, lo cual le causó una búsqueda irracional de desahogue que terminó encontrando en el incrédulo Horacio. Debido a la época, Federico se quitó el guante blanco y como todo buen hombre con tirantes y faja del siglo XX, retó a un duelo a diez pasos con pistola al mero estilo de Buford Tannen, Horacio, que no veía tan mal la llegada prematura de su muerte, aceptó y procedió a fingir una actitud despistada e imbécil para ganar algo de tiempo, tomando el revólver con su mano mala para revisar algun fallo de fábrica, tras un mal movimiento de dedo, el arma se disparó perforando a garganta profunda la boca de Ferrando. Quiroga fue detenido enfrentando el cargo de asesinato a traición, aunque fue dispensado poco tiempo después a falta de pruebas de la voluntad de asesinato y aclaración de la estupidez del acto.
Hacia 1903, la falta de inspiración, así como el sentimiento villero de culpa por matar a su amigo, llevaron a Horacio a emprender la búsqueda de un santuario o lugar de paz para poder escribir, crear y fantasear en paz, encontrando su paraíso en un viaje de excursión hacia el chaco argentino, donde quedó enamorado de los pantanos e indígenas ultraviolentos, lo que posteriormente, lo haría regresar para comprar un pequeño terreno, para deforestarlo y construir una casa no muy modesta, donde residería por varios años posteriores. Antes de su mudanza al chaco, Quiroga, quien retomó su horrible trabajo de maestro, tuvo la suerte de enamorarse y encamarse a una de sus alumnas, la joven Ana María Cires, la cual pareció oponerse al inicio de la utópica idea de Horacio de vivir entre mosquitos y caballos salvajes, pero al final terminó aceptando ante la creciente fama de su prometido.
Quiroga se asentó en su casa y en Ana de buena forma después de casarse, comenzando a producir sus primeros libros y cuentos, así como sus primeros hijos, que propiciaron el cambio de la temática de los cuentos para ser dirigidos a todo público. Horacio consumó la felicidad después de un largo tiempo, cayendo de nuevo en su forma clásica con el repentino suicidio de su esposa Ana, gracias a esto, abandona la selva con sus hijos de vuelta a Buenos Aires, donde tuvo que seguir trabajando, no a tiempo completo, dándose tiempo para volver a encontrar el amor, encontrando a otra Ana María, siendo esta Palacio, con ella Horacio pretendía volver a la selva a hacer sus trabajos regulares, pero ante la negativa de ella y sus padres, lo obligó a regresar solo al chaco. Para finales de los años 30, Horacio encuentra a otra María por tercera vez, esta vez allá en el chaco.
Muerte
La soledad arribó de nuevo, cuando empieza a enfermar y su esposa María comienza a cansarse de los desvaríes de él y de sus constantes cartas epistolares hacia otro escritor, Enrique Amorim, que hizo que Horacio quedara como loco y homosexual. Durante meses posteriores, los malestares físicos de Quiroga se hicieron más presentes y dolorosos que sus desventuras amorosas, iniciando al principio como un dolor similar a una patada en los cojones, pero cuando su vientre comenzó a querer estallar cuando meaba o follaba, Horacio dedujo que el problema radicaba exactamente en su próstata. Tras varios exámenes y estudios médicos, así como varias revisiones proctológicas, el temor de Horacio se hizo real cuando se le confirmó que estaba enfermo de la próstata aunque no del todo confirmado ya que tenía ni idea de que enfermedad le estaban hablando, la cual él sufría.
En sus últimos días, Horacio tuvo que trasladarse de nuevo a Buenos Aires en 1937 junto con su esposa para recibir un tratamiento médico digno que en sus condiciones ya era inútil y un funeral que pudiera verse lujoso en la Chacarita o algún otro cementerio que no fuera una fosa en la selva. En un momento de redención y humanidad, Horacio se enteró acerca de un paciente del mismo hospital donde el se encontraba, que sufría deformidades de Síndrome de Proteus, parecido al Jorobado de Notre Dame por lo cual lo encerraban en el sótano como a este último; Horacio pidió que lo liberaran y lo alojaran en la misma habitación que a el, y gracias a esto pudieron entablar amistad, lo cual le sería benéfico a Quiroga, consiguiendo la confidencialidad de su compañero y así poder anticiparse a su muerte por la enfermedad, decidiendo beberse un vaso de cianuro, a su vez consiguiendo superar el trauma de la muerte de su padrastro con su propia muerte.
Obras características
Como ya se sabe, Horacio comenzó a escribir desde joven, no siendo muy bueno en ese entonces, en revistas y columnas de Montevideo y Buenos Aires, pero con el paso del tiempo, Horacio desarrolló la prosa que tanto anhelaba, comenzando a escribir novelas y cuentos, que se influenciaron por las mil y un tragedias que le sucedieron en vida, y por su entorno selvático lleno de animales venenosos e indios cabrones donde escribió por un largo tiempo. Sus obras encajaron en las, en ese entonces nacientes corrientes literarias del humanismo (por escribir sobre el amor y la estupidez humana), el realismo (por siempre mantenerle los pies en la tierra a sus personajes, no como otros), y el naturalismo (por hablar de... animales). Entre sus obras más conocidas, tanto compiladas como solitarias, están:
Cuentos de Amor, locura y de muerte
Recopilación de cuentos y pequeñas novelas de amor escritas en 1917 en medio de la selva, aunque esta no figuraría mucho en este libro. El tema principal de todos los cuentos se describe obviamente en el nombre del libro, demostrando la poca creatividad de Horacio para nombrar sus obras; en estas la temática varía desde historias cursis en callejuelas de Buenos Aires hasta psicópatas matando animales o enfermedades mortales. Entre los cuentos que más le importan a los que han leído la obra, se encuentran:
- Una estación de amor: La historia de un amante desesperado, su novia y su suegra adicta a la morfina.
- La muerte de Isolda: La historia de una pareja con problemas maritales, el fisgón de abajo que narra la historia y los problemas mentales que causa el teatro.
- La gallina degollada: La historia estilo Tarantino sobre la desenfrenada masacre de gallinas y niñas a manos de cuatro idiotas y una criada maleducada.
- El almohadón de plumas: La historia de una mujer que muere por comprar almohadas cerca de plantas nucleares.
Cuentos de la selva
Por segundo año consecutivo, Quiroga escribe otra antología de cuentos, primeramente pensada como una secuela más sádica y vengativa, pero al final acabó tratando de los delirios sobre animales que sufría Horacio en la selva, además de que los cuentos de animalitos vendían mejor en el público de todas las edades en vez de hidrocefálicos sangrientos y cosas que salen de la almohada. Esta vez, Horacio compiló menos cuentos, y todos relacionados por la temática, claro, una que otra muerte no pudo faltar, entre los cuentos menos aburridos se encuentran:
- La gama ciega: La historia de una venado y avispas diablo que le pican los ojos a la primera, a quien la cura un sujeto que habla con animales.
- El loro pelado: No es la historia de un loro skinhead, sino de un cazador que le pega un tiro a un loro, al cual luego lo ataca un tigre, lo deja pelado, el cazador cuida de él y al final este último mata al tigre, demostrando que la venganza siempre es buena, sobre todo cuando asesinas.
- La tortuga gigante: La historia de un hombre que se va al campo, salva a un tortuga de un tigre y luego esta lo lleva hasta Buenos Aires para que lo curen de enfermo, mostrando que las tortugas son mejores que los bondis y que los tigres deben ser exterminados.
- El hombre muerto: La historia de un hombre
imbécilque cae y se clava su propio machete, pero al final nadie hace un carajo por salvarlo.
Véase También
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