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OPINIÓN | Obituario de Luis Alejandro Velasco, el náufrago de García Márquez
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Viernes, 4 de agosto de 2000

LUIS A. VELASCO | El náufrago de García Márquez


JAVIER MEMBA

e no ser por su empeño en una empresa tan prosaica como la reclamación de los derechos de traducción de Relato de un náufrago, Luis Alejandro Velasco Rodríguez hubiese singularizado como pocas personas esa hermosa ironía que es encontrar la victoria en la derrota.

Nacido como casi todos para el olvido, Velasco se enroló en la Armada colombiana y habría de ser en uno de sus buques, el ARC Caldas, donde hallara la gloria y un lugar en el parnaso donde descansan el capitán Nemo, John Silver, Ulises, Jasón, Robinson Crusoe y todos los grandes navegantes que ha dado la gran literatura.

Fue el 28 de febrero de 1955 cuando, acaso obedeciendo a un deseo expreso de Neptuno, un golpe de mar se llevó a Velasco de la cubierta donde se encontraba junto a unos compañeros. Como la nave regresaba a puerto con sobrecarga, «contrabando» apuntó García Márquez, apenas sí se oyó el clásico «hombre al agua». En cualquier caso, lo cierto es que sólo fue arrojado un bote por la borda. Llamado como estaba a perdurar, de todos aquellos desdichados que el mar quiso llevarse, Luis Alejandro Velasco fue el único que consiguió subir a la barca, dando así comienzo al último gran naufragio que nos ha propuesto la literatura. Tras 10 días sin comer ni beber una gota de agua, en lucha contra los albatros, perseguido por los mismos tiburones que privaron de su mísera gloria al viejo de Hemingway, bestias que quisieron acabar con Velasco a dentelladas, arribó sin sentido a las costas de su país.

Había a la sazón un reportero adscrito a la redacción de El Espectador de Bogotá que respondía al nombre de Gabriel García Márquez. Apenas tuvo noticia el periodista del suceso, viendo en su protagonista la misma grandeza que en los argonautas, decidió dar cuenta de él en una serie de crónicas publicadas por El Espectador en abril de 1955 bajo el título de La verdad sobre mi aventura.

Sin embargo, aún habrían de pasar 15 años antes de que el mundo entero supiera de la hazaña de Luis Alejandro Velasco. Esto fue a raíz de que García Márquez publicara en Barcelona Relato de un náufrago. Nada más hacerlo, el escritor, generoso, cedió los derechos de autor de su obra a quien le había inspirado. La cantidad, cifrada en 2.000 dólares anuales, dejó de ser suficiente en 1983, cuando Velasco exigió por primera vez los derechos de traducción. El litigio concluyó con la pérdida de todos los derechos de aquel marinero que como Ulises y Crusoe ocupa un lugar entre los náufragos de la Literatura. Velasco, sin embargo, se arrepintió y pidió perdón a Gabo hace apenas una semana por haber mancillado su imagen.

El resto de la existencia del hoy fallecido fue tan prosaica como sus reclamaciones. Licenciado con honores de la Armada tras el naufragio, «fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de belleza y luego aborrecido por el Gobierno y olvidado para siempre», escribe García Márquez.

Ya en el olvido, Velasco trabajó como agente comercial de una empresa de seguridad en Bogotá. Sus hijos siempre admiraron su capacidad para contar historias. En 1995 publicó una en la que contaba su propia versión sobre el naufragio.


Luis Alejandro Velasco, marinero, nació en 1934 en Bogotá, ciudad donde falleció el 2 de agosto del 2000.


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