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Definición del autoconcepto
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Psicología Evolutiva: Desarrollo de la identidad personal y la identidad de género

EL AUTOCONCEPTO

Podemos definir el autoconcepto como el conjunto de características (físicas, intelectuales, afectivas, sociales, etc.) que conforman la imagen que un sujeto tiene de sí mismo. Este concepto de sí mismo no permanece estático a lo largo de la vida, sino que se va desarrollando y construyendo gracias a la intervención de factores cognitivos y a la interacción social a lo largo del desarrollo. Es necesario entender el progreso en el concepto del sí mismo dentro del marco del progreso de las capacidades y habilidades para relacionarse y reconocer a los otros

El autoconcepto tiene como a una de sus premisas la consciencia de que uno mismo es un ser diferenciado de los otros y del entorno, es decir, la autoconsciencia.

Para la mayoría de los estudiosos del autoconcepto actuales, el bebé no tiene una sensación de indiferenciación total, ni su mundo es tan desorganizado como se creía. No obstante, su vivencia de sí mismo como alguien independiente es, hasta el final del segundo semestre de vida, muy rudimentaria, frágil y dependiente del entorno físico y social.

Durante los primeros meses de vida, el bebé está inmerso en un cúmulo de sensaciones y de experiencias que se producen en contacto con el exterior, con fenómenos cotidianos y con las interacciones con las personas cercanas. El bebé debe formar una representación general, organizar estas experiencias a partir de acontecimientos que son percibidos como aislados. Además, va aprendiendo a integrar los sistemas con los que viene equipado, aquellos que le permiten percibir el mundo y a los otros, con aquellos que le permiten actuar. Por ejemplo, aprende a llorar cuando quiere que se le preste atención.

Desde este aprendizaje e integración, relacionado con la interacción y con el incremento de capacidades cognitivas, irá emergiendo su capacidad para controlar el entorno, lo que, a su vez, supone un elemento de reconocimiento de sí mismo como un ser independiente. A este sentido primitivo de sí mismo es a lo que Lewis Y Brooks-Gunn han denominado Yo existencial, en clara alusión al concepto de James.

Hacia los diez meses los bebés tienen ya una vivencia de diferenciación plena de sus cuidadores y de su entorno. Bandura señala que durante estos meses el bebé refina lo que podríamos llamar su capacidad de autogestión y que no es mas que la adquisición y sofisticación de habilidades para poder controlar eventos de su entorno (señalar un objeto que desea, llorar cuando algo no le gusta, sonreír cuando consigue algo, etc.).

Durante los primeros dieciocho meses, la interacción social resulta una fuente esencial de información y de ayuda a la toma de conciencia de sí mismo y de la existencia de otros. Actividades sociales de gran importancia se producen en los juegos, como el cucú-tras, en los que los niños aprenden regularidades y pautas de relación que se fundamentan, y a la vez ayudan a, en una vivencia del Yo y del Otro. Así mismo, la imitación como forma de relación y de conocimiento es uno de los elementos influyentes en la emergencia del Yo, ya que supone poner en juego no sólo un control sobre sí mismo, sino también un reconocimiento del otro como modelo.

La autoconsciencia no solo supone el sentido de sí mismo como un ser independiente del entorno y de los otros, sino que tiene un papel fundamental como base de las emociones. Respecto al mundo emocional del bebé, durante los primeros cuatro meses, éste se compone básicamente de sensaciones de placer o disgusto que cuando comienzan a ser consecuentes con estimulaciones del entorno (caricias, juegos, etc.) también contribuyen a organizar su mundo. De esta manera, la autoconsciencia supone un gran logro dentro del mundo cognitivo sobre el que se fundamentará, a lo largo de los primeros años, la aparición y el desarrollo de emociones como el orgullo o la vergüenza y otras que suponen un reconocimiento de toma de perspectiva como la empatía o conductas tendentes a engañar.

La autoconsciencia tiene una de sus mejores expresiones en la emergencia del sentido del Yo como objeto de conocimiento y que puede apreciarse en la adquisición de la capacidad de autorreconocimiento.

La capacidad para reconocerse a sí mismo

La emergencia de un sentido del Yo como ser independiente y distinto de los otros, tiene un claro reflejo en la capacidad para reconocerse a sí mismo, es decir, en la capacidad de autorreconocimiento.

Las investigaciones clásicas sobre el autorreconocimiento llevadas a cabo por Lewis y Brooks-Gunn se realizaron pintando con pintalabios a bebes de distintas edades y sin que éstos se dieran cuenta.

Después se les ponía delante de un espejo para ver si daban muestras de autorreconocimiento. Se consideraba como tal cuando el niño se llevaba la mano a la marca. Otra estrategia para estudiar el autorreconocimiento se ha llevado a cabo mediante fotografías y videos en los que aparecían los niños de los que se pretendía averiguar si eran capaces de reconocerse en ellas (Bigelow y Johnson).

Estos estudios han mostrado que reconocerse a sí mismo resulta bastante temprano en el desarrollo, aunque parece haber un desfase entre los hallazgos de distintas investigaciones. Diversos estudios muestran cómo hacia los cinco meses de vida algunos bebés son capaces de reconocerse y diferenciar partes de su cuerpo de las de los otros niños cuando se les pone delante de un espejo, parece que esta capacidad se presenta de forma más clara hacia los 15 meses. No obstante, esta capacidad seguirá refinándose y afirmándose de forma que, hacia los 24 meses, podemos hablar de autorreconocimiento en sentido estricto. Por otro lado, las investigaciones realizadas con videos y fotografías parecen aportar información acerca de que este reconocimiento de sí mismo aparecería algunos meses después, sin que olas razones de este fenómeno hayan sido explicadas.

En 1990, Lewis y cols. en el marco de sus investigaciones encaminadas a descubrir la emergencia del autorreconocimiento utilizando el espejo, y con niños de entre 15 y 24 meses, halagaron y reforzaron verbalmente a los niños que se habían reconocido en él. Cuando esto ocurría, los niños reaccionaban sonriendo, agachando la cabeza y mirando de reojo o se tapaban la cara, lo que resulta una clara muestra de sentimientos de vergüenza ante el halago y el investigador. Asimismo, los niños que no dieron señales de haberse autorreconocido no respondieron ante esta adulación.

Otro de los signos de autorreconocimiento y autoconsciencia se exhibe claramente hacia los dos años, cuando los niños muestran otras conductas que suponen una diferenciación de los otros como la utilización de pronombres personales y posesivos (yo, mi, mío) y las reacciones de tristeza o lucha por alguna posesión que, lejos de ser interpretado como un acto negativo, puede ser interpretado como una forma de ejercicio en la adquisición y desarrollo del Yo.

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