Rememoramos hoy 161 años de la Revolución Marcista o nacionalista que lideró Guayaquil, para recuperar las libertades ciudadanas y poner fin al despotismo del militarismo extranjero que protegía el general venezolano Juan José Flores, entonces presidente de la República.

El episodio también representó un rechazo a la postura regionalista de Flores, quien  por estar vinculado con los latifundistas de la Sierra mantuvo el afán de obstaculizar el desarrollo de nuestra región y, de modo concreto, el de Guayaquil.

Otros antecedentes que fraguaron el movimiento fueron el rechazo a los errores políticos y económicos cometidos por Flores, y las exigencias de la Costa por un mayor acceso al poder central y a la administración pública.

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Por ello entonces, el trabajo orientador del periódico El Quiteño Libre, de Pedro Moncayo, y otras acciones que involucraron a personajes como Vicente Ramón Roca, José Joaquín de Olmedo, Vicente Rocafuerte, José María Urbina, Gabriel García Moreno, lograron apoyo y fortalecieron la unidad nacional. 

Otra causa que rebasó los límites de la tolerancia fue la Convención Nacional de 1843, que Flores manejó a su antojo para sancionar y promulgar la Carta Magna conocida como La Carta de la Esclavitud.

Guayaquil presentó un clima de agitación la noche del 5 de marzo en que hubo otras conversaciones para culminar detalles, con la orientación de aguerridos oficiales: Antonio Elizalde, Fernando Ayarza, Juan y Francisco Valverde, etcétera. El histórico 6 de marzo, el pueblo salió a las calles para apoyar a sus dirigentes. El gobernador Espantoso renunció el 7 de marzo ante una Junta Popular, que desconoció al presidente Flores.

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La causa se consolidó cuando se integró el triunvirato con Vicente Ramón Roca, por Guayaquil; Diego Noboa, por Cuenca; y José Joaquín de Olmedo, por Quito. Este Cuerpo actuó hasta cuando se reunió en Cuenca (octubre-diciembre de 1845) la Convención Nacional encargada de reorganizar la República.

La Convención de Cuenca entregó la cuarta Constitución, puso en vigencia un nuevo pabellón y escudo de la nación y alentó el principio de que “nadie nace  esclavo en la República, ni puede ser introducido en ella en tal condición sin quedar libre”. Dividió el territorio en provincias, según la disposición de 1835, y reveló un propósito de unificación nacional.

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Pero el presidente Flores, apoyado por muchos de sus leales protegidos, intentó sofocar la revolución.  Avanzó desde Quito hasta la hacienda de su propiedad, La Elvira, cerca a Babahoyo, donde se atrincheró para combatir a las tropas revolucionarias. Tras sangrientos combates se firmó el convenio de La Virginia, por la hacienda cuyo dueño era Olmedo, el 17 y 18 de junio de 1845; así el gobernante aceptó la  derrota y se alejó del mandato y del país.

El historiador Alfredo Pareja Diezcanseco sostiene que la revolución de 1845 “abrió un camino prometedor en la lucha democrática en el Ecuador y que por ella irrumpe un espíritu nacional y nacionalista, combativo, civilista, inflamado por un nuevo estilo de vida pública, que veía en la ley y en la libertad las claves del desarrollo social”.